Hoy tenemos el gusto de compartir contigo este escrito de nuestra querida Anna Ribera, pintora y escritora, que nos ayuda a reflexionar sobre la importancia en los detalles cotidianos y cómo estos pequeños rituales nos conectan con un plano más profundo de nosotros mismos y nos unen a los otros como humanos. Muchas gracias Anna!
La portera del edificio tenia su vivienda en la planta baja y la puerta de entrada de su casa daba en el mismo rellano del ascensor, una puerta compuesta de madera y cristal para poder facilitarle el control de las idas y venidas de los vecinos. Como cada mañana, al bajar las escaleras a toda prisa hasta llegar al rellano de la portería, sin pararme ni un segundo, enviaba un saludo a Ramona, la portera que, para ser vista, alargaba el cuello hacia el cristal de su puerta. De esta manera me hacía notar su presencia cada día. Tal vez nos pareciera extraño que un acto tan efímero y a fuerza de repetición, imprimiera en mi estado de ánimo la sensación de que “todo iba a ir bien”.
Aunque la línea que lo separa puede ser muy fina, con el tiempo me he dado cuenta de que no se trataba de un hábito o una rutina como podría serlo la tarta que compraba mi padre los domingos y de la que guardo muy grato recuerdo, sino que a mi modo de ver, aquella escena ritual en las escaleras de casa me aportaba algo que le otorgaba trascendencia.
No hace mucho tuve que asistir a un funeral y pude apreciar en este contexto como surgía de manera espontánea la necesidad vital de utilizar rituales. Conforme íbamos llegando al velatorio observaba como se sumaban nuestras expresiones y ofrendas, siempre las mismas, cerrando así un círculo fraternal de solidaridad mediante repeticiones rituales que sin duda, nos ayudaron a compartir nuestra tristeza y a aceptar un hecho irreparable. Algo nos despojó de nuestra exterioridad para proporcionarnos cohesión humana.
Los niños necesitan que los padres les lean un cuento cuando van a acostarse, cada día el mismo cuento, se lo saben de memoria porque lo importante no es la historia en sí sino la repetición que les de seguridad.
Si nos parásemos a pensar seguramente encontraríamos en nuestra vida cotidiana algún que otro acto ritual, los reconocemos porque son ante todo actos repetitivos, casi ceremonias, que marcan un valor en nuestro espacio y tiempo.
Este relato corto nos hace pensar en el valor de la rutina, de los momentos que por cotidianos nos pasan desapercibidos. Ahora que la pandemia hizo cambiar nuestra rutina, muchos valoramos aquello que teníamos antes, como suele suceder valoramos las cosas cuando ya no las tenemos. El juicio y la necesidad de «mejorarlo todo» nos lleva a estar en lucha con el presente, a huir de él en busca de un ideal de «como deberían ser las cosas».
Antes o después tendremos que aceptar las cosas como son (aunque sea algo muy doloroso). Generalmente se llega a la aceptación después de períodos de negación e ira, que son parte del avance natural en el proceso. Pero más allá de los males mayores, en el día a día nos resistimos a lo que ya esta ocurriendo, desperdiciando gran energía y tensándonos o desconectando de nosotros mismos.
Hoy podemos aceptar que tenemos una nueva forma de estar y relacionarnos diferentes o podemos continuar en lucha interior contra la realidad. Sabemos que en la lucha contra lo que ES, salimos perdiendo. Aceptar lo que es no quiere decir tener una actitud pasiva o estar de acuerdo, ni cambiar nuestros valores, se trata de tener la voluntad de ver las cosas como son, con claridad.
En resumen:
- Ver las cosas como son, nos ayuda a actuar teniendo una visión más clara.
- Tratemos de no imponer tantos “deberías” a la situación, o a mí mismo, (debería sentir… debería pensar…).
- Dar valor de ritual a aquello que es cotidiano, nos ayuda a sentirnos agradecidos por lo que sí hay.
- No dar nada por sentado.
- Dar poder a lo que nos hace bien.
- Reconocer y aceptar el dolor, el sufrimiento sin transformarnos en dolor o sufrimiento.
- Mantenernos atentos a lo que nos rodea y conectados al presente es un buen ejercicio práctico.
- Quitar importancia a nuestros juicios, nos ayuda a desapegarnos de ellos.
- Confiar en nosotros mismos y en las relaciones con los otros y compartir nuestros más sencillos rituales.