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Resulta un tanto preocupante el culto que rendimos a la perfección. Ya sea en los roles que desarrollamos como en las acciones que llevamos a cabo, la sociedad valora que nos lancemos a todo ello con ánimo de conseguir un resultado perfecto.

Pero el perfeccionismo ¿es una virtud o un defecto? A ojos de nuestra sociedad es sin duda una virtud que relacionamos con la perseverancia y una voluntad firme. Pero existen personas atrapadas en la infinita tarea de conseguirla ya sea como madre, cocinero, maestra, pareja o periodista. Hay personas para las que el intento por conseguir la actitud perfecta, la imagen perfecta o el trabajo perfecto no es una opción sino una obligación.

Y ser o estar con un perfeccionista no es fácil. Son prisioneros de sí mismos.

Un bucle infinito de frustración

Las personas perfeccionistas crecen con la certeza de que algo no está bien en ellos y que deben de llegar donde sea y hacer lo necesario para solucionarlo y arreglarlo. El error es un tabú, inevitable desde luego, que provoca en ellos una enorme vergüenza y enfado. Enfado con sí mismos y, tarde o temprano, con el entorno por no colaborar activamente en hacer de él y de su vida un lugar mejor.

El perfeccionismo genera un monólogo interior de infinitos reproches, de flashbacks en los que se muestra una y otra vez la falta pasada y un discurso infinito de ‘deberías’: debería haber dicho esto, debería, haber hecho lo otro… y cada pensamiento es una forma interna de tortura, ya que recuerda al perfeccionista lo que es incapaz de tolerar: que es imperfecto.

Dentro de la celda

Con el tiempo el perfeccionista se especializa sin darse cuenta en el defecto. Su visión para captar lo que es catastróficamente erróneo o simplemente mejorable se agudiza hasta extremos difíciles de comprender por la mayoría de las personas.

Pero el perfeccionista es una persona de acción, en su necesidad reformista se siente responsable de su propio perfeccionamiento, del de los demás, de su entorno, del mundo entero! Y tiene que hacer algo, aunque sólo sea nombrarlo.

El peso que esto significa es difícil de imaginar. Pero el perfeccionista aguanta, no hacerlo sería reprobable. Pero también es muy difícil convivir, en cualquier ámbito, con alguien que constantemente nos está indicando en qué hemos fallado, en qué no damos la talla, qué podríamos haber llevado a cabo mejor.

La crítica y el enfado, fieles compañeros

Para las personas que son perfeccionistas la crítica es inevitable ya que es una manera de transformar en acción todas sus ideas de cómo puede mejorarse alguna cosa. Y si bien la crítica puede ser una herramienta de mejora, la crítica constante solo es una fuente de frustración para todas las partes y de enfado, especialmente para el perfeccionista, que puede llegar a estallar de ira contra la pasividad de su entorno o por su propia incapacidad de cumplir con sus propias expectativas.

Perfeccionista: date un respiro

Puede que llegue el momento que en la celda del perfeccionismo ya no quepa más frustración, ira, susceptibilidad e insatisfacción. Es el momento en el que la persona se da cuenta de la rueda infinita en la que se encuentra atrapada, en la que no importa los esfuerzos que realice, nunca llega al tan ansiado objetivo de conquistar la perfección y la insatisfacción jamás desaparece, solo oscila entre mucha y poca.

El darse cuenta comporta una escucha diferente a ese tribunal interior en constante juicio contra uno mismo, de lo que uno hace, de lo que hacen los demás… Y al separarse de ese juicio para observarlo, puede responsabilizarse de las creencias y emociones que le conducen una y otra vez al perfeccionamiento.

Poco a poco se abre el espacio, empieza a caber algo de despreocupación por los resultados y se adquiere la capacidad de vivir algo más en el instante, en el ahora y disfrutarlo, sea éste como sea. Progresivamente, el perfeccionista abandona su extenuante trabajo y lo sustituye por la aceptación de lo que ocurre y como ocurre. Aceptar no es tomar lo que venga como venga, sino comprender que las cosas son como son por alguna razón y que, probablemente, en este instante deban ser así para seguir su camino de evolución. Me gusta decir: “no hay que hacerlo perfecto, hay que hacerlo”.

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