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La Navidad es una de las épocas del año que a la mayoría de las personas les mueve algo, ya sea por temas religiosos, familiares o personales. Unos se alegran por la fiesta en sí, como algo pagano, puramente colorido y comercial o por el hecho de tener días libres en los que dedicarse más tiempo a si mismo o a los suyos.

Hay a quienes les parece una tortura compartir con determinados miembros de la familia esas interminables comidas y sus respectivas sobremesas. Y sufren, tal vez, porque no hay un nexo natural de unión entre ellos, o directamente hay un problema enquistado y no resuelto a tiempo.

Otros sienten en estas fechas la falta de algún familiar o amigo y por lo tanto no lo viven de la misma manera, la ausencia se convierte en añoranza y esta en pena. Es difícil sobretodo para aquellos que en estos días solían juntarse, ahí la ausencia se agudiza. 

En mi caso, Laura, es el primer año que no estará mi madre, falleció hace unos meses. El año pasado tuvimos la suerte de pasar las Navidades en familia, hicimos un viaje soñado por ella, fuimos al lugar de origen de nuestra familia: Biarritz. 

También estuvimos en Salamanca y País Vasco. Unos días antes de Navidad le habían diagnosticado cáncer y a pesar de la gravedad de la situación queríamos creer que tendría tratamiento y que las cosas irían bien. En esos días reíamos, lloramos y tratamos de disfrutar de todo. En el fondo algo nos decía que ese viaje era el último que haríamos juntos, y así fue.

Se suele decir que el duelo dura dos años, que hay que pasar por las primeras Navidades sin ese ser querido, las primeras fechas importantes, cumpleaños, vacaciones, etc. Se dice que el primer año es el más duro porque es la primera vez que esa persona no está y eso es algo nuevo, doloroso y desconocido. Aunque llevemos el duelo de una manera sana, hay algo que nos desorienta nos deja perdidos en la pérdida. Cuando falleció mi madre no dudé en aceptar la ayuda de un terapeuta de confianza que me ayudó a entender y elaborar la extraña sensación de andar perdida, lo comprendió enseguida y con mucho cariño me dijo: “es como ir por Barcelona y que no estén las Ramblas que siempre estuvieron allí… de repente vas y no están… te quedas desorientado buscando… dando vueltas, no entiendes que pasa…” Pienso que además del vacío y el dolor de la pérdida, la desorientación es muy grande, se busca un abrazo que no se encuentra, un contacto que ya no está, la mente sabe por qué, pero el corazón aún no sabe, solo siente una falta que no se puede reemplazar.

En ésta ocasión, en éstas fiestas del 2018, me toca vivir eso que tantas veces traté como psicóloga, aunque solo lo conocía en teoría y ahora me toca vivirlo en carne propia. En estos días trato de acompañarme a mi misma, no evitar el dolor, ni la tristeza, llorar siempre que así lo siento y dejarme acompañar pensando que todo irá bien, que es normal este dolor, que con el tiempo la pena será menor y quedará el agradecimiento en mi corazón.

Quisimos escribir estas líneas juntos con Delfín, porque ambos vivimos el duelo por la pérdida de un ser querido y queríamos compartir estas palabras con vosotros los que estáis pasando por esta situación o por momentos difíciles.

En nuestro caso queremos además reconocer y afirmar que no todo va a ser pena o añoranza, incomodidad o dolor, que tal vez en estos días los sentimientos y las emociones afloren con más facilidad, pero pondremos en la balanza todo lo bonito que la vida nos ofrece, para equilibrar esa balanza con lo que sí hay, que es mucho.

Cuidémonos y vivamos con sentido, lo sentido. Y en éste período de Fiestas hagamos lo posible por dar algo bueno de nosotros a los que están, honrar a los que no están y estar a gusto con nosotros mismos, porque lo merecemos. ¡Felices Fiestas para todos y un abrazo de corazón para los que más lo necesitan!

Escrito por Delfín Hidalgo y Mª Laura Fernández

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