Al nacer, no somos conscientes de la separación que existe entre el otro y nosotros, no sabemos que somos un ser separado de los demás. Poco a poco, nos vamos dando cuenta de que los demás poseen ideas y emociones distintas a las nuestras y también vamos conociendo nuestros propios pensamientos.
El funcionamiento particular de nuestra mente se construye gracias a las experiencias, sean del tipo que sean: físicas, emocionales y mentales.
El ser humano es el animal más frágil y dependiente durante la niñez, lo que nos genera la necesidad de crear nuestros propios mecanismos de autoprotección y defensa, ya que no tenemos manera de saber en esa etapa, cuando estamos preparados para tener una vida plenamente autónoma. Así que, temerosos de no poder sobrevivir sin el permanente amparo del otro, construimos engranajes que nos hacen sentir seguros.
Estos engranajes son las respuestas que hemos aprendido a dar en determinadas situaciones, llegando a generalizar las respuestas sin darnos cuenta.
Ego y sufrimiento
Sin pasar por la mente consciente nuestras reacciones son de miedo, huida, confrontación… Nuestro ser, creyéndose desvalido, automatiza una determinada manera de actuar.
El problema llega cuando esta construcción no nos funciona, cuando lejos de cumplir con su función de aportarnos seguridad y hacernos sentir bien, nos provoca sufrimiento.
En primer lugar, seguimos poniendo en funcionamiento un mecanismo construido en un particular momento de nuestro crecimiento, en el que efectivamente se dio cobijo a nuestra dependencia y fue fundamental para el desarrollo de algunas de nuestras capacidades y la relación con el otro… en resumen, esta construcción, que es lo que llamamos ego, ha sido el vehículo a través del cual hemos conocido el mundo y nos hemos relacionado con él con cierta seguridad. Con el paso de los años, nos vamos identificando con esta construcción hasta llegar a la conclusión de que “yo soy así”. Pero ¿somos nuestro ego? Entonces, ¿por qué sufrimos?
El ego va por libre
Nuestro ego, la estructura de personalidad que hemos construido y con la que nos identificamos, media en nuestra experiencia y en cómo nos posicionamos ante la vida, alegrías y conflictos, y su acción sin darnos cuenta, se automatiza. Es decir, que reaccionamos maquinalmente, convencidos de que no tenemos otra opción, que nuestra manera de ser somos nosotros mismos y no tenemos ningún margen de hacer las cosas de un modo distinto.
Pero puede llegar el día en que la falta de conciencia sobre nuestra propia conducta nos pase factura: sentimos culpa por nuestras emociones, desasosiego por nuestro pensamiento y nuestro cuerpo somatiza el conflicto interior.
El ego es nuestro vestido, el problema de tener sólo uno es que no se ajusta ni a todas las situaciones ni a todas las etapas de la vida. Podemos herir a los demás y a nosotros mismos, por qué en realidad no podemos discernir con claridad qué circunstancia concreta nos ha movido ha actuar de una determinada manera. Y cuando nos sentimos desamparados por nosotros mismos ¿a quién podemos recurrir?
Mi ego y yo, trasformación.
Nuestra falta de conciencia sobre nuestro propio funcionamiento tiene como resultado que seamos la persona que tenemos más cerca y a veces la más desconocida. La construcción del ego deja de lado el proceso de profundizar en las incontables capacidades que se encuentran en todos y cada uno de nosotros, y en la paleta de matices que cada ser humano posee. Como la oruga, que no es consciente su capacidad potencial de volar, de transformarse en mariposa.
El dolor aparece (problemas de pareja, una situación laboral difícil, la muerte de un ser querido…) en la vida, porque el dolor es parte de la existencia, el ego reacciona con el repertorio que posee, aportándonos a menudo sólo sufrimiento: una reacción propia al dolor que no nos permite conocerlo e integrarlo dentro del fluir de nuestra existencia. Encontrar otra perspectiva, es tomar conciencia que en nuestro interior tenemos recursos y herramientas para hacerle frente a la vida, por difícil que sea.
El objetivo de la terapia Gestalt es desempolvar nuestra caja de herramientas, hacer inventario, darnos cuenta progresivamente de lo maravillosamente equipados que llegamos todos al mundo, y poner a funcionar nuestros instrumentos de forma consciente, es decir, adecuándolos al aquí y al ahora, asumiendo la responsabilidad de su uso, de nuestros aciertos, desaciertos y desconciertos. Calmar el miedo, descubrir nuestra capacidad de amar y amarnos, porque en definitiva, lo que buscamos, como nos enseña Claudio Naranjo es sanar la capacidad amorosa. Ocuparnos del reino del corazón que está más allá del ego y sus automatismos.