Skip to main content

Respira hondo y espira despacio. Concéntrate en eso y si tu mente divaga, recupérala con suavidad y devuélvela al presente. Aquí y ahora. A lo que tienes dentro. A la emoción que te invade ahora mismo. Igual da que te haga sentir bien o mal. Acéptala, asúmela. Déjala ser.

En el artículo anterior hablábamos de la tríada formada por los sentimientos o emociones, los pensamientos que van asociados a las mismas y a la realidad y que se generan a través de nuestros filtros individuales y de la actitud que tomamos con respecto a todo esto, que se verá definida según un segundo filtro, según nuestra gestión de las emociones.
Veamos ahora rápidamente qué sucede cuando una emoción que nos hace sentir mal —que es adaptativa, recordemos, y que puede suceder de manera puntual o alargarse en el tiempo— aparece.
Los seres humanos —y la mayor parte de los animales— estamos preparados para sobrevivir. Si todo va bien y no hay peligro alguno, nuestros organismos se gestionan sin problemas.

Nuestra biología, sin embargo, está preparada para los momentos de riesgo. Para esos instantes que pueden ser decisivos en la vida. Para esos segundos que pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte. Estamos hablando de nuestro mecanismo de alerta. La alerta se produce si un león hambriento viene a por ti, si un jefe cabreado te pone un plazo de entrega para un trabajo y es demasiado en poco tiempo, si ves a tu hijo tambalearse en lo alto del tobogán, ante un conflicto con un conductor enfadado…

Alertas hay muchas, muchísimas. Y estas alertas sirven para ponernos en marcha. Ante el león, nuestro organismo se pondrá en tensión y nuestros músculos recibirán una descarga de azúcar y adrenalina que nos permitirá huir. En ese momento también dejaremos de respirar. Cuando nos asustamos, la tensión hace que aspiremos aire deprisa o lo mantengamos durante varios segundos sin darnos cuenta de ello. El cerebro recibe menos oxígeno de manera puntual, y esto desencadena otra tanda de reacciones en el organismo que están pensadas para que ese maldito león no se nos coma.

Esto nos ha venido muy bien durante gran parte de la Historia, claro. Pero ahora que vivimos en un momento de calma —no estamos inmersos en una guerra, no pasamos hambre, no hay amenazas serias hacia nuestra integridad de manera habitual— parece que vivimos en continua ansiedad, con una constante tensión que nos sume en el estrés y en el nerviosismo y nos impide disfrutar del día a día.

Somos afortunados porque por primera vez en milenios vivimos bien, en un estado de bienestar inaudito en nuestra especie. Pero nuestra calidad de vida no puede mejorar si no lo hace primero nuestra gestión emocional. Si no, ¿por qué hay tanta gente deprimida y por qué llega a afectar esta enfermedad a personas que desde fuera parece que lo tienen todo?
La tensión muscular y la carencia de oxígeno que supone dejar de respirar es una respuesta fisiológica, como decíamos, que se da ante el león hambriento, pero pasa exactamente lo mismo en el resto de situaciones que nos ponen en alerta, aunque nuestra vida no corra peligro si nuestro jefe se enfada con nosotros por no presentar el trabajo a tiempo y lo máximo que pueda ocurrir es que nos despidan o tengamos que buscar otro trabajo.

Para acabar con la ansiedad, el estrés y el nerviosismo constante que suponen las alertas continuadas, y sobre todo con el daño fisiológico que implica que dejemos de respirar tantas veces y que conlleva un cansancio extremo que sufren muchas personas sin saber por qué, lo primero que podemos hacer es respirar, tomar contacto con tu cuerpo para soltar la tensión, descargarla y recuperarte desde el cuerpo, un primer paso para tranquilizar la mente, para aminorar la marcha de las emociones que producen malestar.
En nuestro gabinete de psicólogos en Barcelona podemos explicarte cómo los ejercicios de respiración pueden acabar con el círculo vicioso de un mal equilibrio en la tríada de las emociones.
Empieza a cambiar tu vida hoy.

Leave a Reply