Skip to main content

Ninguno de nosotros de manera consciente y voluntaria elegimos sufrir, pero de un modo u otro a veces esa es nuestra elección, y una de las formas más comunes que las personas tenemos de elegir sufrir es el rencor.

Cuando recibimos un agravio por parte de alguna persona que queremos, respetamos y en la que confiamos, nos resulta muy difícil hacer borrón y cuenta nueva, y seguir con la relación o bien soltarla sin ningún resquemor. Nos parece, en ciertas circunstancias, en que sentimos con claridad la decepción que nos han causado, que el perdón es un acto de generosidad por nuestra parte que el otro no merece.

El rencor, compañero fiel

El rencor es una emoción persistente, que se instala con comodidad en nosotros e incluso, si atendemos a nuestro propio cuerpo, podemos llegar a sentir su sensación física: nudo en la garganta, en el estómago… es nuestra ira contenida y, en un plano más profundo, falta de aceptación de la realidad.

¿Y cuál es la realidad? Por muy diversa que pueda ser la casuística concreta, la realidad es que, de alguna manera, no se han cumplido nuestras expectativas. Es así de simple. Y ¿quién tiene la responsabilidad sobre nuestras expectativas? Pues sí, nosotros mismos.

El resentimiento es, si lo analizamos con distancia, la incapacidad de aceptar la realidad: la persona que me ha decepcionado o herido, lo ha hecho al no actuar según nuestras expectativas.

El perdón ¿es altruista?

Nuestra decepción toma forma a veces de deseo de dañar a quién nos ha dañado, una tontería tan grande como tomarse uno el veneno y esperar que sea el otro el damnificado. En esos momentos perdonar nos parece un acto generoso inmerecido a quien con sus actos sentimos que nos ha perjudicado.

Pero si asumimos nuestra responsabilidad, lo que desde luego es imprescindible desde nuestro enfoque gestáltico, nos daremos cuenta de que el otro también está sujeto a sus propias necesidades, circunstancias, dificultades, deseos… y no por su mala fe. Y más allá, asimilar que la gran frustración no aparece por la acción directa del otro sino por que el curso de las cosas no ha sido como habías planificado, deseado o fantaseado.

Merecemos ir un poco más allá, e inspeccionar qué mecanismos propios han entrado en juego para facilitar que me hirieran o decepcionaran, con atención a no autoculparnos de todo. Se trata en realidad de observar como, en ocasiones, allanamos el camino para que ocurra la decepción (pero gracias a lo ocurrido, voy a ser capaz de identificarlo). Es el primer paso para tomar decisiones en adelante.

El lazo a mi propio dolor

Cuando perdonamos de forma consciente cortamos el lazo que nos une a nuestro propio sufrimiento. El perdón no siempre significa ruptura total, pero tampoco tiene por qué significar hacer tabla rasa con la persona que sentimos que nos ha herido.

Será necesario que sopesemos si la relación nos aporta y nos hace crecer, pese a  haber tenido un episodio decepcionante, o si nos hemos dado cuenta de que la relación nos estaba perjudicando (y nos estábamos dejando perjudicar) y es mejor tomar distancia.

Perdonar es la aceptación total: es aceptar al otro, a uno mismo y a la vida, tomando todo tal y como sido. Perdonar es afianzarnos en el presente, dejando el pasado que no podemos modificar, atrás y avanzar. Perdonar es también comprender que nada de lo que hagamos nos evitará el dolor, pero que sí podemos evitar el sufrimiento, que es el dolor persistente, cronificado…

El perdón es tomar la justa medida de las acciones del otro y de las propias, asumir el dolor sin infravalorarlo ni magnificarlo, y trascender lo ocurrido fijando la vista de nuevo en nuestro propio horizonte.

Cuenta una parábola zen que dos monjes que habían hecho voto de evitar cualquier contacto con una mujer, caminaban cerca de un río cuando una mujer se les acercó y, con urgencia, les pidió que la ayudasen a cruzar el río. El monje joven, hizo como si no la viera, fiel a sus votos, mientras que el monje más anciano, cargó a la mujer a su espalda y cruzó el río con ella a cuestas. Regresó a la otra orilla y prosiguió su camino junto a su joven compañero.

Al cabo de largo tiempo, el joven monje estalló, rojo de rabia:

– Pero ¿cómo es posible que hayas faltado a tu voto y hayas tocado a esa mujer?!

A lo que el otro monje respondió:

– He cargado a la mujer, la he ayudado a cruzar y hace mucho que quedó atrás para mí, pero parece que sigue contigo.

2 Comments

Leave a Reply