Las personas disponemos de sistemas de percepción y procesamiento de la información interna y externa que nos permiten hacer una construcción propia, de la realidad que nos rodea. En el punto de encuentro entre percepción sensorial, pensamiento y emoción podemos observar nuestra realidad individual. Pero como seres conscientes en algún momento empezamos a separar para analizar e, incluso, a concebir estos sistemas en forma aislada…
Con el tiempo, el ser humano ha ido dando más y más importancia al pensamiento racional en detrimento de su “conocimiento” sensorial y emocional, con lo que a menudo nos es difícil comprender nuestras propias emociones y ajustar aquello que nos comunican, con el resto de información de que disponemos. Aunque cada persona tiene una relación distinta con sus emociones y hay también quién vive totalmente invadido por su esfera emocional.
Atención a la emoción
Las emociones son nuestra reacción espontánea a lo que nos acontece y están conectadas con aspectos de nosotros mismos de los que puede que no seamos conscientes: deseos, motivaciones, necesidades… La experiencia emocional puede ser agradable, desagradable o neutra, pero si aprendemos a atenderla, nos aportará valiosa información sobre el impacto que verdaderamente tiene una situación sobre nosotros, más allá de condicionantes sociales, familiares o personales.
Tomar conciencia de nuestras emociones es un paso necesario para no vernos desbordados por ellas. A veces nos encontramos en situaciones en las que no comprendemos lo que nos pasa, como si nuestra conducta nos fuera ajena, entramos en contradicción con nosotros mismos y no llegamos a entender por qué nos estamos comportando del modo contrario al que nos gustaría.
Las emociones orientan nuestra conducta, a veces en una dirección inesperada. Son un registro de la impresión que causa en nosotros aquello que nos rodea, son el resultado de nuestra interacción con el resto del mundo. Y no solo eso, las emociones guían nuestras acciones, a veces alineadas con nuestra mente, a veces contradiciéndola. Son un instrumento del que disponemos para evaluar nuestra propia experiencia y de qué manera ésta nos afecta.
La función de las emociones
Por otro lado, las emociones nos empujan a la acción, aunque el resultado no sea del agrado de nuestra mente racional, ya que a menudo existen diferencias entre lo que nuestro yo orgánico necesita y lo que el entorno espera de nosotros. Cuando conectamos con nuestras emociones, abandonando nuestras maniobras habituales para controlarlas, es cuando conseguimos acercarnos a nuestras verdaderas motivaciones, a lo que de verdad nos importa.
Poco a poco podemos ir desgranando todos los elementos que hemos elaborado sobre nuestras emociones, para acercarnos progresivamente al yo auténtico que vive la emoción, comprenderlas mejor y aceptar la función que desempeña cada una de ellas en el desarrollo humano, ya que todas ellas son vivencias comunes de todas las personas.
Una pincelada de la función de cada una de las emociones básicas:
El miedo puede ser indicador de la falta de preparación (o de la creencia de que no estamos preparados) para afrontar una determinada situación. O el temor a que nos hieran o a herir a alguien. La principal función del miedo es la protección.
La tristeza nos señala la necesidad de prestar atención a nuestro propio ser, algunas veces nos aleja de los demás, nos empuja a la intimidad con nosotros mismos, busca la calma para asimilar los cambios o pérdidas.
El amor es el vehículo de conexión con el otro y, por extensión, con el mundo. Nos empuja a relacionarnos y a establecer vínculos.
La alegría nos aporta una percepción positiva sobre nosotros mismos y lo que nos rodea, nos empuja a actuar y a compartir.
El enfado – la molestia, la rabia- defiende nuestro perímetro individual, señalando cuales son nuestros límites, sobre todo cuando algo nos daña.
El camino pasa por la toma de consciencia y la integración serena de todo lo referente a nuestro ser. Si aprendemos a reconocer, sostener y gestionar nuestras emociones podemos cerrar el círculo de la experiencia, y permitir que se abra un nuevo proceso emocional, que siga aportándonos luz sobre quiénes somos y qué deseamos.
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– Me cuesta aceptar al amor como una emoción específica y si como un sumatorio emocional («amor-alegre» o «amor-enfado» u odio…).
– Siento mucha dificultad en trabajar «con las emociones», por su naturaleza intrínseca, energética, voluble,…para poder beneficiarme de su poderoso valor informativo (darme cuenta) tengo que vincularlas a necesidades, ya sea desde una visión gestáltica (en la fase primigenia del Ciclo de Necesidad) o desde la Comunicación No Violenta (Dentro del proceso: Hecho-Emoción-Necesidad-Petición) de Marshall Rosemberg…
Gracias por vuestro trabajo¡¡¡
Muchas gracias por tu comentario Sergio, es muy interesante. También pienso que el amor está más allá de las emociones como cerca de algo silencioso y profundo en cada uno de nosotros y lo podemos sentir detrás de casi todas las emociones (o no sentirlo, pero esta ahí, como la esencia). Y tal vez el trabajo con las emociones, sea solo eso «darse cuenta» y tal vez dilucidar alguna necesidad o simplemente saber sobre nosotros mismos y poder estar en calma sabiendo que somos conscientes y hacemos lo que podemos. Muchas gracias y un saludo!